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“Dad a Jehová la honra debida a su nombre; traed ofrenda, y venid delante de él; postraos delante de Jehová en la hermosura de la santidad” (1 Crón. 16:29).
La adoración es parte del ser humano; de la naturaleza humana caída, incluso. Fuimos creados como seres que, con la libertad que Dios nos dio, adoramos al Señor porque lo amamos y sabemos que es digno de adoración. Esa adoración debió haber sido muy fácil en el mundo anterior a la Caída, donde los seres humanos tenían acceso directo a Dios en una Creación no marcada por el pecado, la muerte ni la destrucción, una Creación que nosotros, que solo conocemos un mundo caído, apenas podemos imaginar.
Aunque todavía tenemos la necesidad innata de adorar, como todo lo demás en este mundo, esta ha sido tergiversada y distorsionada por el pecado. Por lo tanto, como adoradores, podemos terminar adorando cosas incorrectas, o incluso terminar no adorando al Señor de la manera en que se supone que debemos hacerlo (ver, p. ej., Mar. 7:1–13; Jer. 7:4).
Por lo tanto, como la adoración es fundamental en la experiencia cristiana, la educación cristiana debe abordar la cuestión de la adoración, el tema de la lección de esta semana.